viernes, 18 de septiembre de 2015

Mediodía bilbaíno










Aunque la mayor parte de mi vida la he pasado en Getxo, creo que los años que viví en Bilbao me marcaron, ya que siempre siento algo especial cuando estoy en Bilbao, sobretodo cuando me paseo por la zona de la casa donde vivía con mis padres.

Hoy por la mañana tenía que ir a Bilbao para un tratamiento de fisioterapia y me he encontrado con una vecina que también iba, así que hemos ido juntas.
Ha sido un viaje muy agradable charlando de asuntos intrascendentes.
Como de costumbre, he atravesado el túnel de Archanda para entrar por debajo del arco de Daniel Buren, dejando el Guggenheim a la derecha.
Sumergida en la emoción que me produce ese momento, mi compañera de viaje, que es una andaluza casada con un vasco y lleva muchos años en Getxo, ha roto mi silencio al comentar como la cosa más natural del mundo:

¡Que pereza me da venir a Bilbao!

Al principio he pensado que había entendido mal, pero he recapacitado y he comprendido una vez más, que todos somos diferentes y que, como dicen los castizos: “Cada uno cuenta la feria según le va en ella”.
Nací en Bilbao y me gustaba cuando no era gustable, así que ahora que ha cambiado y está maravilloso, me encanta.

Vivía en la alameda de Mazarredo y aunque me fui siendo muy joven, mis células reconocen esa zona.
Durante los años que pasé en Bilbao antes de casarme, mi vida se centraba en ir al estudio de pintura de la calle Ledesma, en el antiguo edificio de El Correo, donde Iñaki García Ergüin nos daba clase todos los días a Luz Ibarra, Isabel Alcalá Galiano y a mi.
No sé si mis compañeras han seguido pintando, las he perdido de vista.
Recuerdo esa época como una de las más felices de mi vida.
Depositaba todo mi entusiasmo en esas tardes dedicadas al aprendizaje de la pintura.
Iñaki García Ergüin nos enseñaba, con santa paciencia e inmensa generosidad, el procedimiento pictórico por excelencia.
Él conocía la alquimia de El Greco que le llegó a través del gran pintor vasco Solís, extraordinario artista, a quien no se le ha valorado en toda su magnitud.
Esa técnica artesanal, misteriosa y que podía haber permanecido secreta, nos la trasmitió Iñaki compartiendo con nosotras una receta ancestral, que probablemente ha terminado con él.
Todo ha cambiado muy rápido.
Bilbao ha cambiado.
Todo cambia.
La vida no es estática.

Al terminar la fisoterapia he ido a la calle Ledesma, para tomar unas ostras en un bar nuevo que se llama “El Puertito” y mientras disfrutaba alegremente del aperitivo, grande ha sido mi sorpresa cuando he visto a Iñaki García Ergüin paseando por allí.
Me ha contado que han colgado los murales que hizo para la ópera Carmen en la bodega Eguren y que a la inauguración vinieron el lehendakari y todas las fuerzas vivas del arte, incluído Mikel Zugaza, actual director del museo del Prado y que cuando fue director del museo de BBAA de Bilbao, fue quien le encargó el mural para ocultar las obras que se estaban haciendo en dicho museo.

Al llegar a casa he podido ver los murales, la bodega y la cantidad de actos que han organizado para festejar el año de García Ergüin y me he vuelto a emocionar, recordando aquellos años tan bonitos y el cariño, respeto y admiración que siento por Iñaki.

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