domingo, 24 de octubre de 2021

CUATRO MIL CUATROCIENTOS VEINTICUATRO

 





Considero que vivimos en plena contradicción, me refiero sobre todo en lo concerniente a las mujeres.

Por un lado luchamos para que el feminismo se imponga, es decir, igualdad de derechos y libertades y es más que evidente que hay muchas mujeres que hacen una labor encomiable para que pueda conseguirse, se van dando pasos a pesar de las dificultades, no obstante y al mismo tiempo cada vez dan más importancia a la imagen de la mujer, lo cual hace que su vida resulte sacrificada.

A pesar de que comprendo que todos los trabajadores de la moda tienen derecho a vivir de su trabajo, considero excesivo el esfuerzo de la mujer en todos los ámbitos de la vida pública y social.

Además de tener hijos que de por sí exige mucho tiempo y dedicación, el hecho de estar perfectamente vestida, calzada, peinada y a menudo operada, requiere una dificultad extra.

Recuerdo cuando yo exponía en la galería U98 situada en la calle Serrano de Madrid, que estaba cerca de  la peluquería Rupher a la que acudía mi galerista de quien era clienta y amiga, solía venir a mis inauguraciones y contó que había estado peinando a la reina Sofía, pero lo había dejado porque tenía que estar a las siete de la mañana en la Zarzuela y no le apetecía madrugar tanto.

Tal vez no sea exacta esta información, no obstante, desde mi punto de vista que es el de una mujer que sabe lo que cuesta la ropa, no me refiero solo al dinero sino a estar a la moda, probarse los vestidos, elegir, andar con tacones, llevar falda tubo, estar maquillada, cuidarse el cutis, tener el pelo perfecto, hacer ejercicio, mantener la línea, hacerse faciales, darse masaje, que funcione la casa, tanto hacerlo con organizar a las personas que lo hagan, no digamos ocuparse de los hijos y no sigo, porque no me entra en la cabeza que haya personas que roben horas al sueño.

Lo que he escrito es solo una pincelada de lo que se exige hoy en día a la mujer moderna que ocupe un espacio en la vida pública y social.

Hace muchos años, incluso antes de mis exposiciones en Madrid, tenía una amiga llamada Cheta que antes de ser mujer había sido hombre.

Le conocí siendo un chico muy alto, psicólogo, encantador y muy sensible, llamado Jesús Ortuondo, sobrino del alcalde de Bilbao y estuve cerca de él en todo el proceso de su cambio.

Siendo mujer era muy presumida, se vestía en Blanco y no se privaba de arreglarse de la mejor manera posible.

Recuerdo que un día que fuimos juntas a la playa, le invité a ducharse y arreglarse en mi casa de Las Arenas porque él vivía en Bilbao y teníamos pensado tomar una copa en el Dust, que era el bar de moda.

Mientras yo me arreglé en media hora, ella tardó más de dos horas, le dije que era una exageración tardar tanto y me contestó:

Para ti es muy fácil porque eres mujer, pero para mi es dificilísimo.

Nunca lo había visto de ese modo y aunque me sorprendió no me quedó más remedio que creérselo, porque cuando yo estaba casada, tardaba bastante más que mi marido cuando nos arreglábamos para ir a una fiesta o a lo que fuera.






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