viernes, 8 de octubre de 2021

CUATRO MIL CUATROCIENTOS TRECE

 




No echo de menos las clases de escritura, sobre todo cuando me acuerdo de algunas preguntas que a veces hacía el profesor como si fuera algo natural que entraba en el ámbito de enseñar a escribir a personas que habían elegido acudir a esas clases por voluntad propia, no era una asignatura del bachillerato o la carrera, era solamente para los que nos apetecía aprender a escribir, no sé lo que pensaban los demás, yo me quedaba callada cuando sacaba ese tema y no contestaba, me evadía.

Me refiero a que a veces el profesor preguntaba cual era el método que teníamos para escribir, si empezábamos haciendo unas frases sobre el asunto que íbamos a tratar o si hacíamos investigación sobre el tema o cualquier otra idea, siempre pensando en que cuando nos enfrentáramos ante el papel en blanco ya sabíamos en qué se iba a basar nuestro texto.

Nunca he contestado a esa pregunta, creo que la respuesta, si la hubiera, es algo muy íntimo, personal e individual, casi misterioso, en mi caso por lo menos no estoy dispuesta a decir a nadie en qué me baso para escribir, sobre todo ahora que el tema de todos mis textos soy yo directamente y mis vivencias.

Nunca he sufrido ante la idea de tener un papel en blanco delante de mí, más bien es un puro deleite, algo que solo supone regocijo y casi siempre estoy deseando que llegue ese momento del día en que todo mi atención está puesta en la escritura.

Ni siquiera cuando escribía novelas tenía problemas con ese asunto.

Creo en la inspiración, creo que las musas hacen muy bien su trabajo.

Tampoco me asustaba el lienzo en blanco cuando pintaba.





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