martes, 11 de agosto de 2020

CUATRO MIL OCHENTA Y OCHO








Ayer vi una película japonesa que ha ganado muchos premios y que me hizo recapacitar sobre el poder que tienen las culturas.
Se trata de la vida de cuatro amigas de cerca de cuarenta años cuyas vidas no son opuestas a las de las protagonistas de la película Invisibles de Gracia Querejeta, no obstante la apariencia es diferente.
He tenido dos amigas japonesas cuando vivía en Los Ángeles lo cual significa que ya estaba familiarizadas con la cultura occidental aunque una de ellas, que estaba en mi clase en la Pepperdine University todavía llevaba poco tiempo en los Estados Unidos y se le notaba muy tímida en el contacto con la gente.
Al volver de unas vacaciones en las que se fue a ver a sus padres a Tokio cometí la imprudencia de darle un abrazo y estuvo una temporada sin hablarme.
Me había contado que ella se dedicaba a tocar el violín cuando vivía en Japón y se dio cuenta de que nunca sería de las mejores del mundo por lo que decidió cambiar de carrera, lo cual está mal visto en su mundo por lo que decidió ir a América y estudiar psicología, para lo cual lo primero que tenía que hacer era perfeccionar su inglés, por eso asistía a las mismas clases que yo en la universidad de Malibu, California.
Nos hicimos bastante amigas, yo le invitaba a mis fiestas y le presentaba a mis amigos pero ella no era muy sociable, se llamaba Fumio Yosida y nunca la he vuelto a ver.
La otra japonesa llevaba mucho tiempo viviendo en Santa Mónica y era de mi edad más o menos, yo tenía alrededor de cincuenta años cuando vivía allí.
No recuerdo su nombre pero sí me acuerdo de que era encantadora y estaba muy familiarizada con la cultura occidental.
Me la presentó Jean Perramon, que era un director de cine francés que llevaba mucho tiempo en Los Ángeles y pensó que nos gustaríamos mutuamente.
Así fue.
Los Ángeles es muy cosmopolita, allí conocí gente de todo el mundo y la mayoría estaban sueltos como yo, llevaban poco tiempo viviendo allí y todavía no estaban demasiado organizados, no tenían una casa propia ni un coche del año, algo a lo que allí se le da mucha importancia, eran almas libres renovándose siempre.
La película que vi ayer se llama Happy Hour y dura más de cinco horas.
Está dividida en tres partes, ayer vi la primera, me gustó bastante, sobre todo por la educación, la delicadeza y la estética de esa cultura que me fascina.







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