domingo, 30 de agosto de 2020

CUATRO MIL CIENTO DOS









A veces suceden coincidencias que nos hacen más felices.
Eso es justo lo que me ha sucedido con una chica que he conocido a través de Facebook, Elena Urquiola que se metió en mis blogs y así supo que me encanta Jose María Ucelay (1) y resulta que ella y su familia que han vivido en esa zona del Guerniquesado, no solo le conocían sino que les había retratado del natural.
Aparte de extraordinario pintor y dibujante, Jose María se divertía diseñando muchas cosas porque precisamente en la casita de invitados que tenía en el jardín en donde veraneó mi prima Meye Mayer, Jose María me había enseñado todos los pomos de puertas y cosas por el estilo cuyos nombres no recuerdo por ser poco usuales, que él había diseñado con ese gusto tan especial que le caracterizaba.
Jose María no se parecía a nadie.
Era vasco y estaba encantado de serlo pero su vida tan cosmopolita, desde Bermeo a París codeándose con artistas reconocidos mundialmente y la cantidad de personas que íbamos a visitarle a Chirapozu, su casa de Busturia en donde vivía recluido con su esposa Inés, que le cuidaba. le tenía a raya para que no bebiera e incluso mantenía su casa impoluta de la que tan orgulloso se sentía, habían hecho de él una persona especial, además de un artista excepcional.
El estilo de Jose María es único, incomparable e inconfundible.
Yo no tengo palabras para describir la figura de Jose María, no solo como pintor sino como ser humano.
Los últimos años, ya cansado y algo enfermo, seguía pintando todos los días, a veces ni siquiera se vestía, aún así conservaba su elegancia, con la bata encima del pijama y un fular en el cuello.
Le recuerdo con veneración y sobre todo mucho cariño.
En cierta ocasión me escribió una carta maravillosa, una obra de arte en sí misma, desde el papel hasta la pluma y la tinta, sin olvidar el texto en el que incluyó una poesía de Gaspara Stampa (2) que me derritió el corazón.




 (1) El gran Jose María Ucelay
 (2) Gaspara Stampa
















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