martes, 19 de diciembre de 2017

MIL NOVENTA








Empiezo el día con alegría.
He conseguido levantarme temprano y al abrir la ventana, he comprobado que el sol me deslumbraba.
De momento el mal tiempo para los que no cultivamos la huerta ni padecemos escasez, el agua nos da una tregua.

Mi pensamiento sigue inmerso en la preparación de la navidad para que todo resulte agradable y sin sobresaltos, lo cual no resulta fácil en una casa pequeña para las cinco personas que tenemos que vivir aquí.
Gracias a que nos queremos mucho, conseguiremos que todo vaya sobre ruedas.
Son días en los que merece la pena disfrutar de la entrega.

Ayer estuve en Ikea.
Tenía que reponer platos y de paso compré un mantel y servilletas para estrenarlos en la cena.
Llevaba varios años con el mismo mantel y tenía ganas de cambiar.

Si al contar los preparativos, doy la sensación de que va a ser una cena por todo lo alto, es una percepción equivocada.

En mi casa todo es muy simple y aunque quisiera, no podría conseguir engañar a nadie.
Con que todo esté limpio y la comida buena, me conformo.
Lo único que estoy haciendo es recordar lo que hacía mi madre y tratar de, en mi pequeña medida, cuidar los detalles.

Considero que le elegancia está en la armonía y en el buen humor general.
Yo no tengo ganas de cambiar en el sentido de convertirme en ama de casa.
Para mi, la casa es el maravilloso lugar en el que descanso y encuentro a mis hijos.
Eso es todo.
No recibo visitas ni organizo fiestas ni tertulias.
Simplemente me siento delante del ordenador y escribo.
Eso es todo.
Mi fiel amigo Jose Ignacio, carpintero y electricista, ya ha desarrollado un sistema para llevar todos mis cuadros al trastero, en donde poco a poco se irán estropeando con la humedad y la polilla.
Lo acepto.
Cualquier cosa mejor que tenerlos delante de mi, ocupando un espacio que lo necesito vacío.

Sabiendo que el arte consiste en ordenar las formas en un espacio.
¿Por qué no soy capaz de hacer eso con los objetos que me rodean?

En ocasiones, cuando vivía en Los Ángeles, por ejemplo, vivía con lo mínimo, ni siquiera tenía un colchón, ni teléfono, ni televisión, nada, solo lo que llevé en una maleta con la idea de estar siete semanas que se convirtieron en tres felices años.











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