sábado, 23 de diciembre de 2017

MIL NOVENTA Y CUATRO










Me quedo embelesada leyendo a Michel de Montaigne.
Es tanta la sabiduría que se desprende de cada una de sus frases, que aunque aparentan ser fáciles de entender, cuando sigo pensando en lo que he leído, me doy cuenta de la profundidad que encierran.
Aprendo tanto con sus escritos, que siento agradecimiento, porque él me ayuda a comprender asuntos que yo siento y que sin embargo, no soy capaz de ponerlos en palabras.
Tengo tanto que leer y que aprender, que a veces me pongo nerviosa, porque una vez más se presenta ante mi la necesidad de elegir:

Novela o ensayo.
Escoger.
El dilema.



Tengo en mi mesilla el último libro que han editado en castellano de Margaret Atwood.
Lo prefiero traducido, porque con “El cuento de la criada”, su inglés me resultaba demasiado difícil, tenía que estar constantemente mirando el diccionario.
Definitivamente, los buenos escritores utilizan muchísimas más palabras que los corrientes y Atwood pertenece a los primeros.

A mi me encanta aprender palabras, pero con algunas tengo dificultad para emplearlas en mis textos.
Por ejemplo, "ditirambo" me encanta pero ¿donde la meto?
Sin lugar a dudas podría hacer un ditirambo a Margaret Atwood, porque el significado no es otra cosa sino un elogio excesivo, no obstante no me siento cómoda, aún así, hoy, que es la víspera de nochebuena, me lo permito.

Otra palabra que sin gustarme demasiado, la usaría con gusto, es epónimo, que significa “lo que da nombre a una persona o lugar geográfico.
Yo diría que “sardinera” es el epónimo de Santurce, estoy casi segura.













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