domingo, 8 de noviembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO SESENTA Y UNO

 




Me asombra comprobar que la estadística de lo que piensan los seguidores de mi diario, corresponde exactamente, sin variar un milímetro, a lo mismo que opino yo, estamos en la misma onda, lo cual por un lado es precioso, porque significa que nos comunicamos y por otro lado, para mí es algo doloroso porque es evidente que la inspiración a veces fluye con alegría, mientras que otros días tengo la sensación de que se ha evaporado, las musas me castigan, me dejan sola y los únicos recursos que tengo están escondidos en la caja fuerte de lo ya aprendido.

Oteiza decía que iba sabiendo mientras hablaba y a mí me pasa lo mismo, aprendo a medida que escribo, más con gran dolor y humildad debo reconocer que no siempre ocurre así.

Ya que lo que escribo es un diario sería encantador contar lo que me sucede cada día y que resultara jugoso y divertido, pero no siempre es el caso porque si me ciñera solo a eso, en caliente, los nervios me atolondrarían y me convertiría en una especie de ovillo de lana lleno de nudos que necesita ser desmadejado, por eso muchos días no me remito a lo recién sucedido, sino que hablo más bien de hechos pasados que ya están ordenados, puestos cada uno en el lugar que le corresponde y viéndolos en la distancia no me afectan tanto. 
El tiempo es el gran bibliotecario, tal vez esa sea una de las razones por lo que la paciencia tiene tanta importancia.
Mi gran problema es dejarme llevar por los nervios, cuando me atrapan me convierto en una especie de marioneta, a merced de donde quieran llevarme las cuerdas que la sostienen y me cuesta mucho parar y volver a mi estado de paz interior. 
Intento hacer un esfuerzo para dominarme y poco a poco consigo algún progreso, pero no me siento satisfecha, no me lo debo ni puedo permitir.







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