viernes, 23 de abril de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS SETENTA Y NUEVE

 





He reflexionado mucho sobre lo poco que me conozco a pesar de llevar tantos años viviendo conmigo.

Me consideraba una mujer eminentemente práctica y, una vez más, he llegado a la conclusión de que me engañaba.

En teoría considero que lo más lógico es enfocarse en hacer algo para lo que se tiene facilidad y a partir de ahí, es casi seguro que se vaya mejorando a medida que se practica, lo contrario resulta absurdo.

Pues bien, en mi caso, ya empecé mal casándome antes de tiempo a pesar de lo que pensaban mis padres, me empeñé y dejé mi educación a medias, me quedé sin el inglés y el italiano que es lo que hubiera conseguido si no me llego a enamorar como una adolescente, menos mal que estuve una año en Burdeos y por lo menos saqué el limpio el francés.

A partir de ahí, me dediqué a intentar complacer a mi marido jugando al golf, deporte que no conocía y que no tiene nada que ver conmigo, ya que nunca me gustó ni tuve facilidad a pesar de tener buenos profesores y poner mucho empeño, me metí en un mundo que no era el mío, tampoco me gustan los clubs, prefiero los lugares abiertos a los que se puede acudir sin necesidad de ser socio, la idea de encontrarme siempre con las mismas personas sin la posibilidad de sorpresas no me atrae.

Tuve la suerte, al final siempre tengo suerte, de que inauguraron la carrera de Bellas Artes en Bilbao y pude empezar los que más deseaba en este mundo, fue la gran liberación, pasé de vivir en un mundo al que no pertenecía a sentirme en mi elemento, no solo por la carrera en si, sino por la posibilidad que se me presentaba de conocer gente que tenía las mismas inquietudes que yo y además volví a Bilbao que era la ciudad en donde había vivido los años que no había estado interna.

Recuerdo aquellos años de estudios con verdadero entusiasmo, fui muy feliz y además conseguí desenamorarme de mi marido con quien la relación que tenía no me resultaba satisfactoria, el matrimonio me decepcionó y gracias a la carrera encontré un propósito en mi vida, que era justo lo que siempre había anhelado.

Esa fue la primera vez que realmente conseguí hacer lo que quería y que nadie me lo impidió.

En ese sentido mi marido era un hombre generoso que me ofrecía mucha liberad, supongo que se dio cuente de que seguir insistiendo en que yo jugara al golf era ridículo, sobre todo porque en cuanto me enteré de que podía estudiar Bellas Artes me matriculé sin pedir permiso a nadie, creo que fue la primera cosa que hice sin miedo, fue la primera decisión de mi vida que tomé sin consultarla con nadie, no tuve necesidad de hacerlo, mi determinación no solo era indiscutible sino que ni se me pasó por la cabeza que hubiera otra posibilidad.

Así empecé a vivir mi vida, una idea que había acariciado desde que, interna en Burdeos, me leí todo los libros que pude de los escritores franceses que iluminaron mis ansias de libertad.







1 comentario:

  1. Muy bonito Blanca, estupenda reflexión. El camino correcto es no engañarse a una misma y ser flexible para poder reconocer las cosas. Un abrazo, me ha gustado mucho tu texto.

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