domingo, 2 de agosto de 2015

Una alegre separación





Cuando me separé de un marido con el que me había casado sin tener ni idea de quien era yo ni quien era él ni lo que significaba un matrimonio para toda la vida, me quedé más ancha que larga.
A pesar de que desde el primer momento me di cuenta de que me había equivocado, la locura de amor me impedía ver con claridad y tomar una decisión, así que aguanté el tipo intentando que se me pasara el arrebato.
No fue ni fácil ni rápido pero llegó y cuando me vi sola en mi casita comprendí que la vida puede ser maravillosa.
A mi madre, que se reconocía como devota católica, no le hizo ninguna gracia y se limitó a decirme:

Lo único que has conseguido es cambiar de problemas.

Mas tarde, cuando me vio contenta a pesar de los problemas me dijo:

Ahora tu a vivir la vida y yo he aguantado a tu padre durante cincuenta años…

La diferencia estriba en que yo no soy católica ni del PP y me importa bastante poco el que dirán.
Lo único que me interesa es disfrutar de la vida, sobretodo de mi paz interior.

Todavía no se había muerto Franco por lo que el divorcio no existía pero eso para mi no solo no era importante sino todo lo contrario.
Me parecía estupendo no poderme casar porque en diez años de matrimonio me había dado cuenta de que no me gustaba nada la idea de estar siempre con la misma persona ni tampoco todas las confianzas, familiaridades, intimidades y demás asuntos que deben compartirse.
Tampoco me gusta la idea de tener dos familias.
Incluso tener una familia me parece peliagudo.
Una amiga mía tenía un mantra que me gustaba:

“La familia, la sagrada y en un marco”.

Soy individualista por naturaleza.
Además opino lo mismo que Simón Bolívar en el libro de García Márquez “El general en su laberinto”:

No me vuelvo a enamorar porque es como tener dos almas.

Decidí que la situación de separada era perfecta para mi, porque me seguían gustando muchísimo los chicos y al tener tanta facilidad para enamorarme me convenía estar protegida. 
Si de repente llegaba uno con la piel de cordero y yo, en mi ingenuidad me lo creía, de esta manera no me quedaría más remedio que dejar que el tiempo pasase y con él las locuras del amor.
Así que me permití un tiempo de merecido descanso.
Haber estado casada con una persona con la que tenía muy poco en común me había agotado.
Aunque a mi madre no le gustó nada la idea de mi separación como tampoco le gustó que me casara, me contó que cuando mi ya exmarido habló con ella, no le quedó más remedio que decirle:

Te entregamos una preciosidad y nos has devuelto una ruina.

Al hablar de “preciosidad” supongo que se refería a que en aquellas épocas yo era maleable.
Además había recibido una educación enfocada a agradar a todos los de mi alrededor.
De hecho mi marido me había confesado que cuando pensó en casarse conmigo, le había gustado la idea de que yo fuera joven y poco o nada experimentada porque así podría moldearme a su manera.
Pero le fallé.
Al encontrarme fuera de la protección y el control de mis padres mi carácter iba surgiendo poco a poco y no tenía nada que ver con el papel de una esposa sumisa.
Más bien todo lo contrario.

He comprobado que cada vez que doy un paso para reafirmarme, los que están a mi alrededor se muestran sorprendidos como si no supieran quien soy yo.
O quizás lo sabían pero pensaban que nunca me atrevería a demostrarlo.
No importa.
Lo único que realmente importa es cumplir mi propósito.
Y poco a poco, a trancas y barrancas, como puedo, venciendo obstáculos y cometiendo muchos errores lo voy consiguiendo.



2 comentarios:

  1. He leído tu blog y como mujer me siento orgullosa de que haya congénitas con tanto talento, valentía y arrestos como los tuyos.

    ResponderEliminar