miércoles, 19 de agosto de 2015

Sobre los hijos










Tener hijos es un asunto demasiado serio.
A mi nunca me habían explicado lo que significan los hijos.
Decían que tener hijos es una maravilla y todas las madres estaban entusiasmadas con sus bebés.
En realidad nadie me había hablado de las cosas realmente importantes de la vida.
Estudié latín, griego, historia, geografía, religión y muchísimas más asignaturas, pero nadie me hizo saber que la felicidad es un peso que cada uno debe llevar sobre sus propios hombros.
Cuando nació mi hija Beatriz yo tenía 21 años y me llevé un susto morrocotudo.
Me daba mucho gusto tener en brazos a mi niña y experimenté un amor que jamás había sentido pero el cambio que sufrió mi vida me pilló de sorpresa.
Al principio no me encontraba bien y en el momento en que me recuperé pude comprobar con estupor que no podía hacer nada de lo que tenía por costumbre, salir, entrar, ir, venir, dormir… Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo con mi vida me encontré a los 23 años con tres hijos y sin poder hacer absolutamente nada de lo que me gustaba.
Recuerdo aquella época como algo muy decepcionante.
Dejé de pintar, de leer, de ir al cine, no veía a mis amigas, mi cuerpo se había deformado y la expresión de mi rostro se había convertido en una mueca de perplejidad.
Siempre estaba cansada y nerviosa.
Mi vida se había convertido en una pesadilla.
Gracias al amor que sentía por mis hijos fui capaz de seguir adelante a pesar de todo.

Tenía un vínculo precioso con ellos pero eso no era suficiente para llenar el vacío que sentía.

Era joven, sana, casada con un marido del que estaba enamorada, tenía unos niños preciosos
¿acaso tenía motivos para no ser feliz?
A nadie se le ocurrió preguntarme ¿que tal estás? ¿cómo te sientes?
No solo no era feliz sino que ni siquiera tenía con quien comentar mis sentimientos.
En aquella época no se hablaba de asuntos privados y mucho menos para decir que los hijos no me llenaban.
Años más tarde cuando mis hijos eran adolescentes, incluso los psiquiatras ponían el grito en el cielo cuando se mencionaba algo parecido.

El vínculo instintivo que se crea con los hijos me parece excesivo.
Se les quiere demasiado.

Me tranquilicé cuando leí el poema de Khalil Gibran:

Tus hijos no son tus hijos, 
son hijos e hijas de la vida 
deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti, 
y aunque estén contigo, 
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor, 
pero no tus pensamientos, pues, 
ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos, 
pero no sus almas, porque ellas 
viven en la casa de mañana, 
que no puedes visitar, 
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos, 
pero no procures hacerlos 
semejantes a ti 
porque la vida no retrocede 
ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos, 
como flechas vivas son lanzados.

Gracias a la sabiduría que encierran las palabras de Gibran sentí que no estaba sola en este mundo.


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