lunes, 24 de agosto de 2015

A Baudelaire y a mi nos aburre la escultura










"Podemos observar que todos los pueblos tallan muy diestramente fetiches mucho antes de abordar la pintura, que es un arte mucho más alto y de razonamiento profundo y cuyo goce mismo exige una iniciación particular”, escribía Baudelaire.





Me ha encantado enterarme de que a Baudelaire le parecía aburrida la escultura.
A mi me pasa lo mismo, pero no me atrevía a reconocerlo.
Notaba que no sentía nada cuando dibujaba con carboncillo las estatuas griegas y me quedaba fría en los museos, ante las grandes y famosas estatuas que se exhiben arrogantes, ajenas al tímido paseante que no sabe qué pensar ni qué decir, entre esos gigantes que ocupan el espacio infinito.
No hablemos de los millones de esculturas que te acechan en las calles de las ciudades post modernas que presumen de favorecer las artes y la cultura.
¡Que horror!
Me reservaba la opinión y trataba de no mirar para que no me estropeasen la vista de un árbol milenario en un jardín precioso, solo profanado por esas especies de bultos deformes colocados sin piedad.
Las detesto.

De repente surge alguna con cierta gracia como la que han dado en llamar “La patata” de Andrés Nagel, que la cambian de sitio todo el tiempo porque no saben qué hacer con ella.

Recuerdo con alegría una exposición de Calder en el Guggenheim de Bilbao, cuando casi no había gente y disfruté de un sentimiento delicado, casi zen.
Las esculturas de Calder no están quietas, tal vez los móviles no se consideren esculturas.
El movimiento les otorga un encanto especial.

Me gustaron unas esculturas de Baselitz que estaban expuestas temporalmente en el LACMA(1).
Eran como figuras de madera cubiertas con tela de flores, creo recordar.
No las he vuelto a ver ni en la realidad ni en internet.

Algunas esculturas de Oteiza me emocionan hasta el llanto.
Me ha pasado en más de una ocasión, al verme rodeada de sus cajas metafísicas.
No sé explicar lo que siento ante la obra de Oteiza, es algo más profundo que una emoción estética, está relacionado con el espíritu, es más bien una emoción anímica.

También respeto “La materia del tiempo” de Richard Serra que se encuentra en el Guggenheim de Bilbao.
Además, me gusta que sea gran admirador de Oteiza, a quien considera su "alma gemela" por "la intensa soledad" que manifiesta la obra del artista vasco, que "conecta con un carácter existencial remoto que reconozco yo mismo”(sic).





(1) Los Angeles County Museum of Art

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