sábado, 2 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CUATRO







Ayer vi une película que me encantó exceptuando el final que me pareció demasiado comercial, pero no importa, disfruté.
Se llama "El libro verde".
Nunca he sido xenófoba, ni siquiera antes de saber que existía la discriminación entre blancos y negros.
Al contrario, cuando yo era pequeña y todavía no había salido de casa, había una familia de negros, los Jones, que vivía en Bilbao y me atraía muchísimo.
Cuánto más diferentes son más me gustan las personas.
Recuerdo que en Santurce, donde veraneábamos, había una campa que se veía desde al jardín de abajo en el que todos los veranos acampaba un carromato de gitanos con mucha gente, incluidos niños y perros. 
Ejercían en mi cierta fascinación, me gustaba mirarles aunque me daba vergüenza, me intrigaban y me daban un poco de envidia, parecían libres mientras yo estaba encerrada tras las vallas del jardín con mis hermanos y la mademoiselle Nicole, que venía en verano para hacer como que nos enseñaba francés.
Cuánto más exótica es la gente, más me apetece.
Me gustaría relacionarme con extraterrestres.
Tengo una amiga que me cuenta que ha estado en las naves con ellos y se lo pasaba bomba.
La primera vez que estuve en Whashington DC todavía existía discriminación, autobuses para negros y otros para blancos, no me lo podía creer, pensaba que eso se había resuelto hacía mucho tiempo.
Lo pasé mal, cogí manía a esa ciudad, no obstante más tarde volví para una conferencia de Prem Rawat y ya estaba más normalizado.
Cuando vivía en Malibu, Califormia, solo vi un negro que iba a la Pepperdine, la misma universidad a la que iba yo.










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