domingo, 3 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CINCO








El proyecto de Jaime que trataba de que escribiéramos un libro juntos, no prospera.
Hace unos días me envió el borrador en Word y he tratado de cambiar solo lo imprescindible, pero ha llegado el momento de negarme a seguir adelante.
Me disgusta el tema, sexo duro y más todavía me siento faltada al respeto por tener que leer un texto sin acentos y sin el mínimo cuidado en la sintaxis.
Llevo cinco años yendo a clase de escritura y nunca he visto que alguien presentara un texto tan descuidado.
Por lo que me cuenta, Jaime cree que ha puesto interés en este texto pero, aparte del tema que no lo puedo soportar, me parece igual o peor que el anterior.
No me hace gracia tener que negarme a escribir el libro con Jaime, él tenía mucha ilusión pero somos demasiado diferentes.
Desde hace años me he negado a escuchar sus aventuras sexuales, no solo no me interesaban sino que además me resulta desagradable hablar de ese tema con mi propio hijo.
Ni siquiera me gusta hablar de sexo con mis amigas.
Recuerdo con auténtica tristeza y cierto malestar un viaje a Londres que hicimos con mis padres y hermanos y el marido de mi hermana y el mío se empeñaron en que fuéramos al Soho para ver una actuación.
Lo pasé tan mal viendo a una chica joven, desnuda, masturbándose contra una columna del sórdido local, que me salían las lágrimas de verme en aquella situación.
Me ha costado tiempo y esfuerzo no meterme en situaciones desagradables y más todavía saber lo que tengo que hacer cuando no me encuentro a gusto en algún lugar.
Lo aprendí en India.
Fui a una conferencia de Prem Rawat y estaba tan a gusto que cambié el billete y me quedé dos semanas más de lo previsto.
Me hospedaba en el ashram de Aurobindo en Delhi y la comida era vegetariana y más bien ligera.
Hacía una vida austera, yoga, meditación, masajes y lectura.
Un día tuve una experiencia especial:
No estaba dormida ni despierta, simplemente veía pasar toda mi vida como en un viaje y cuando algo me resultaba desagradable me atascaba, me paraba y me marchaba.
Así pasó toda mi vida y cuando terminé, vi con nítida claridad que el secreto para no pasarlo mal cuando algo me disgusta, es marcharme sin dar explicaciones.

Desde entonces ya casi no tengo miedo a meterme en situaciones peligrosas aunque reconozco que rara vez lo hago, he aprendido a pensar las cosas antes de adquirir compromisos.











No hay comentarios:

Publicar un comentario