sábado, 9 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SIETE









Desde que empecé a escribir me llegaron ondas por diferentes lados, todos fiables, de que el principal problema que se plantea una persona que escribe y publica, es que puede no hacer gracia lo que cuenta a las personas de su familia. 
Lo he reducido a “la familia” para abreviar y porque en mi caso se refiere a mis hijos.
En un momento dado en el que dije algo sobre mi matrimonio, Beatriz me comentó, seria y tranquila, que no le parecía correcto que escribiera sobre una persona que ya no está en este mundo porque no puede defenderse.
No quiero hacer daño a mis hijos, por lo que desde aquel momento me pienso dos veces lo que cuento.
En un diario puedo elegir entre lo que sucede durante veinticuatro horas por lo que no creo que usar el discernimiento perjudique mi expresión.

Sigo enferma, leyendo, meditando, pensando y sobre todo, de lo que más satisfecha me siento, es de que he empezado a ordenar mi horario, levantándome a una hora razonable a pesar de haber pasado una noche toledana, intentando dormir sin conseguirlo.
No me gusta abandonarme en el horario. Necesito cierto orden en mi vida. Me permití salir de un horario razonable casi sin darme cuenta a causa de las noches peregrinas y llegó un momento en que tuve que dar un puñetazo en la mesa y decir:
¡Basta!
Y eso ha sido hoy.

A veces hay que forzar un poco las cosas para que se pongan en sus sitio.









No hay comentarios:

Publicar un comentario