domingo, 8 de agosto de 2021

CUATRO MIL TRESCIENTOS SESENTA

 





Vivir con una piedra en el zapato es ser idiota.

A veces pienso que mi rodilla es como la piedra del zapato de la que no consigo deshacerme, no obstante si no ando, si salgo de casa lo menos posible, si como lo que debo y duermo bien, al levantarme no me duele, por lo que me pregunto si tendré que limitar mis acciones a lo que me sienta bien, porque el dolor de rodilla es insoportable y cuando me duelen las dos veo las estrellas, eso sucede cuando de verdad me excedo.

Al darme cuenta de lo que llamo excesos me entra la risa, vivo casi como un bebé, me cuido como si fuera mi propia madre.

Aprecio mi vida y estoy casi segura que moviéndome menos no voy a dejar de apreciarla, no es la amplitud lo que cuenta sino la calidad.

Siento hablar de dolores, no obstante necesito desahogarme y nada mejor que mi querido diario que es mi amigo del alma con quien intento ser sincera.

Cuando estaba en el hospital con leucemia me llamó por teléfono Charanand, un indio al que conozco hace tiempo y me dijo que él había estado ingresado en Miami, que es donde habita, a causa de una neumonía, él estaba muy bien, era su cuerpo el que tenía la neumonía.

Me hizo y me hace pensar, en realidad mi yo real puede estar siempre bien, el asunto de los dolores y las enfermedades es pasajero y además se puede paliar con medicamentos. 

Solamente me falta comentar que estoy tomando unos antibióticos muy fuertes para una infección que tengo en la boca y aunque me sirven para eliminar el dolor, me crean una sequedad que me incomoda y ya por hoy no hablo más de enfermedades, me parece horroroso recrearme en esos asuntos a los que aquel médico eminente que me trató en Madrid, Melchor Álvarez de Mon llamaba insultos.





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