martes, 29 de diciembre de 2015

Capítulo 22_Jaime y Carlota










Jaime es un hombre independiente.
Desde su más tierna infancia supo que quería ser autónomo.
En todos los terrenos.
A los nueve años pidió a su madre que le enseñara a lavar sus chalecos a mano, hasta en eso quería tener independencia.
Aprendió a cocinar sin que nadie le enseñara.
Manejaba dinero, nunca necesitó pedir nada a sus padres.
Le gustaban las mujeres a rabiar, quizás esa fuera su única debilidad, pero tenía muy claro que la entrada en su territorio estaba prohibida.
Le gustaba estar consigo mismo.
Le interesaban muchos temas y leía constantemente.
La muerte de su hermano pequeño que era su mejor amigo, le afectó tanto que tuvo que hacer mucho esfuerzo para superarla, quizás todavía hoy en día esté marcado por ella.
Fue una tragedia para la que ninguno estaba preparado.
Los dos hermanos estaban jugando en el agua y una ola fuerte se llevó al pequeño.
Jaime no pudo hacer nada, se salvó porque Dios lo quiso.
Sintió tanto dolor y vio a su madre pasarlo tan mal, que decidió que nunca tendría hijos.
Él y su hermana se unieron más que nunca y se quieren tanto que cuando están juntos, todo en ellos es armonía.
Son muy diferentes, mas el amor que les une supera todas las desigualdades.
Jaime ha salido con muchas chicas, sobretodo extranjeras, es un hombre muy cosmopolita y a medida que madura, lo hace con gran encanto.
A pesar de ser una figura en el mundo del golf, es humilde, jamás presume de nada.
No lo necesita, porque se nota que es feliz.
En Carlota ha encontrado una mujer que sabe lo que quiere y lo que tiene y es consciente de lo que le ha costado conseguirlo.
Ambos respetan su libertad.
Les gusta estar juntos, disfrutan de sus cenitas y excursiones pero saben que no hay compromisos ni ataduras.
Muy pronto Jaime irá a Bali, en donde pasará los meses del invierno cogiendo olas y escribiendo.
Carlota seguirá con su galería, sabiendo que la vida le va trayendo exactamente lo que va necesitando.
A Mónica le da cierta envidia ver a estas personas tan libres, que son capaces de disfrutar sin apegarse, le cuesta entenderlo.
Además, desde que Carlota salía tanto con Jaime, no se atrevía a llamarle, porque se imaginaba que Gari y Beatriz estarían con ellos y eso justo era lo que menos le apetecía.
Estaba muy equivocada.
Por un lado, Jaime no siempre estaba con Carlota.
No era fácil que cambiara su disciplinada vida.
Seguía cogiendo olas, jugando al golf, escribiendo, leyendo y excepcionalmente salía a tomar una cerveza con Beatriz y a veces con Carlota.
Bien es verdad que se juntaban con Beatriz y Gari si habían cogido olas, pero no era el plan de cada día.
De hecho, estaba muy claro que para Beatriz, Gari era un buen surfista con el que resultaba agradable hacer deporte y charlar después. 
No tenía el más mínimo interés en entablar ningún tipo de relación con él.
Tal vez a Gari, cuando la conoció, no le hubiera importado acercarse a ella, pero se dio cuenta de que era un terreno prohibido.
Mientras tanto, Mónica sufría haciéndose cábalas de lo que podría estar pasando entre esos cuatro, pensando que había perdido a su mejor amiga y que el hombre en el que tenía puestas todas sus expectativas, estaba saliendo con otra mujer.
Su orgullo le impedía hablar con Carlota y poner las cosas en claro.
Seguía con su vida, nerviosa y esperando que la biodescodificación arreglara todos sus problemas.
Lo que no sabía, es que para dominar sus emociones hace falta mucha disciplina, que solo se adquiere dando pequeños pasos.
Dejó de salir tanto y reanudó la vieja costumbre de leer, que tenía abandonada hace ya mucho tiempo.
Encontró en la biblioteca del salón, una edición bastante moderna de Anna Karénina traducida por Victor Gallego Ballestero y le pareció que podría consolarse y tal vez incluso aprender algo leyendo a Tolstoi, a quien conocía bastante, porque había tenido que estudiar “Guerra y Paz” cuando estaba interna en el colegio de Santa Isabel, en Madrid y lo habían desmenuzado a fondo.
En aquella época, Mónica era una chica muy aplicada.
A pesar de ser hija única, sus padres quisieron que ampliara sus horizontes, lo cual hubiera sido difícil quedándose en Getxo, ya que en definitiva no deja de ser un pueblo, en el que la cultura no es lo que más se cultiva.
Al encontrarse sola en Madrid, recurrió a la lectura y aunque al principio se entretenía con Bestsellers, pronto tuvo acceso a la biblioteca a través de la profesora de literatura, que vio en ella las ganas de aprender y poco a poco se fue sumergiendo en los grandes escritores europeos, empezando por los alemanes.
Hesse la cautivó.
Se leyó todos sus libros y los releyó.
Al terminar el colegio, estudió Humanidades en París antes de estudiar la carrera en California.
Al volver a Bilbao, casi se olvidó de la lectura, ya que las ganas de fiesta eran más poderosas que la literatura.
Al tener el libro de Anna Karénina entre sus manos, recordó que hace unos años había visto una versión teatral de la película (1) y al ver el libro, se acordó de que le había gustado y también sintió lo feliz que había sido cuando leía.
No lo dudó.
Voluntariosa cuando algo le interesaba, se puso a la tarea, a pesar de que el libraco pesaba por lo menos dos kilos.
Se tumbó en el sofá, encendió una luz directa y se dispuso a leer Anna Karénina, con la esperanza de encontrar alguna luz que iluminara su actual confusión.
Volvió a sentir esa sensación de refugio protector que otorga un buen libro y por primera vez desde hacía mucho tiempo tuvo la sensación de haber encontrada un poco de paz.





(1) "Joe Wright realiza una generalmente inspirada decisión de estilizar su visión oscura y expresionista en 'Anna Karenina'

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