lunes, 21 de diciembre de 2015

Capítulo 18_La inauguración de Morquillas











No fueron necesarias muchas conversaciones entre Morquillas y Carlota para llegar a un acuerdo.
La inauguración resultó una bomba en un Bilbao medio dormido, que se ha acostumbrado a reaccionar únicamente ante las exposiciones rimbombantes del Guggenheim, cuando llegan los comisarios de Nueva York para decidir los displays y los coleccionistas de medio mundo en sus aviones privados.
La exposición consistía en 31 piezas de 31 x 31 centímetros, enmarcadas a sangre.
Además de enviar los mails habituales, en los que estaba el enlace de la web que había hecho Mónica, Carlota llamó a los coleccionistas que sabía estaban con ganas de añadir un Morquillas a sus pinacotecas.
Sabía lo que hacía.
Antes de que empezara la inauguración, ya había 13 puntos rojos y al final de la tarde toda la exposición estaba vendida.
Un éxito clamoroso.
Alonso compró un cuadrito para regalárselo a su mujer.
Monica estaba pletórica.
La felicitaban por su web y le salieron nuevos encargos.
El artista, que tenía fama de ser muy exigente, también estaba satisfecho con la web.
Era sencilla, bien compuesta y con la ventaja de que Morquillas colaboró con ella, ofreciéndole un material muy interesante.
También introdujo una entrevista personal, en la que explicaba sin ambages el problema con el Museo de BBAA y los juicios pendientes, lo que levantó ampollas en los medios.
Durante unos días, no se hablaba de otra cosa en los circuitos artísticos e intelectuales de Bilbao.
La inauguración fue apoteósica.
Gari llegó con Jaime Artiach que había hecho buenas migas con Carlota el día de su fiesta.
A Mónica le dio un vuelco el corazón cuando le vio, ya que no esperaba encontrarle allí, pero no pudo hacerle mucho caso, porque se sentía obligada a saludar a la gente y a estar pendiente de su marido.
Beatriz llegó a última hora, había estado trabajando y ni siquiera tuvo tiempo de cambiarse de ropa, pero Jaime y Gari le insistieron tanto, que no le quedó más remedio que hacer un esfuerzo.
No estaba interesada en el arte, no obstante le gustaba la vida social y sobretodo estar con su hermano.
Gari la vio cuando entró en “Concepto” y le acaparó.
Enseguida consiguió una cerveza para ella y entablaron conversación.
Ya tenían mucha confianza y estaban a gusto juntos.
A pesar de estar con todo el mundo, Mónica no perdía de vista a Gari y no le hizo ninguna gracia verle hablando con esa chica tan guapa, que aunque no estaba arreglada, tenía un aspecto salvaje que resultaba muy atractivo y Gari le había hablado de ella con cierta admiración.
Mónica era consciente de que las aficiones unen mucho y ella no era deportista.
Hacer Pilates y nadar era lo imprescindible para mantenerse en forma, pero no tenía nada que ver con lo que significa meterse en el Cantábrico y coger olas, tanto en invierno como en verano.
Comprobó que algunas personas saludaban a Beatriz, sin embargo ella atendía a Gari sin dar pie a que nadie le impusiera su presencia.
Además de los celos, sintió un poco de envidia.
Ella era capaz de cortar una conversación interesante y dejar a su interlocutor con la palabra en la boca, para responder a alguien que irrumpía sin ninguna delicadeza.
Le habían educado para ser sociable.
Ver a esa chica tan segura de si misma, charlando animadamente con Gari, la puso en tal estado de nervios que al no saber como calmarse, se puso a beber vino blanco con lo que lo único que consiguió fue ponerse más alterada.
Alonso se dio cuenta de que su mujer estaba desfasada y con mucho cariño la cogió del brazo, la llevó a una esquina y con suavidad le dijo:

Querida, creo que ya es hora de irnos a casa.

Mónica no quería marcharse, pero su marido se puso serio y le dijo que no podía seguir allí en ese estado, por lo que accedió a regañadientes y no le quedó más remedio que irse, tragándose la bilis que le producía dejar a allí a Gari con la profesora de golf sin ni siquiera despedirse, ya que Alonso quería evitar una escena y la sacó de la galería.
A Mónica le gustaba el vino blanco y solía beber cuando salían, pero nunca le había visto ingerir alcohol de manera compulsiva.
Se preguntó qué le habría hecho cambiar de actitud tan de repente.
No era ese el momento de hacer preguntas, sino de ir a casa y meterla en la cama.
Alonso era un hombre paciente, muy tranquilo y no se le pasaba por la imaginación qué podía haber perturbado tanto a su mujer.
Mónica se durmió enseguida.
Alonso, por el contrario, se quedó pensando en ella y en la relación entre ambos.
Por primera vez en su matrimonio, realizó que había muchos ángulos de Mónica que desconocía.
Tenían una convivencia agradable pero rara vez hablaban de lo que sentían, no solo el uno por el otro, sino respecto a la gente, a la vida, a sus trabajos.
Mantenían conversaciones cortas y rara vez profundizaban.
Pensó que seria interesante saber qué pasaba por la cabecita de su esposa, pero como ahora no era el momento oportuno, lo dejó para otro día.
Tampoco era tan importante, ya llegará el momento de comentarlo cuando tuvieran un momento de tranquilidad.
Sin darle mayor importancia, se dispuso a leer el segundo diario de Iñaki Uriarte (1).
Había leído el primero y le pareció muy entretenido, además de encontrar sugerencias para leer libros interesantes.
Los dos eran de San Sebastián y habían ido al mismo colegio.





(1) Iñaki Uriarte  es un articulista, crítico literario y escritor nacido en Nueva York, conocido por sus diarios personales. Con su primer libro, Diarios (1999-2003), ganó el Premio Euskadi de ensayo en castellano (2011).

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