miércoles, 10 de junio de 2015

Muertes alegres




Solo a través de la experiencia sé realmente lo que siento y pienso sin que esté contaminado por el mundo exterior.
De poco me sirve lo que me cuentan, lo que leo, lo que dicen, lo que me recomiendan, lo que me enseñaron, los sentimientos pre establecidos y toda esa retahíla de lugares comunes que solo adquieren vida cuando se comprueban en carne propia.
En relación a la muerte de los seres queridos, se me había inculcado la idea de que siempre es triste ver como se mueren, sin poder evitarlo.
Sin embargo, en los últimos dos años he sido testigo con auténtica alegría, de la despedida de cuatro personas muy cercanas a mi que dejaban este mundo.
La primera fue mi madre que tenía casi cien años y estaba tan cansada y deseosa de irse que cuando le preguntaba:

¿que quieres, mamá? 
¿que necesitas?

Me contestaba:

Morirme.

Y sintiéndolo en el alma yo me callaba y pensaba:

No me gusta como se mueren los católicos.

Pero como mis hermanos, que son los que se encargaban de todo, consideraban que había que cuidarla bien para mantenerla viva, así como el médico que la atendía, yo me callaba mientras me hervía la sangre por la impotencia contenida.
Un día en que estábamos solos mi hermano Gabriel y yo, le comenté algo al respecto y él estaba totalmente de acuerdo en que esa situación no tenía sentido.
Pero él tampoco decía nada.
Quizá los demás pensasen lo mismo, no lo sé, pero he visto tantas veces que las cosas se hacen de una determinada manera porque siempre se han hecho así o porque lo dice la iglesia o porque nadie se atreve a probar otra forma y ver qué pasa, que yo me callaba y asistía horrorizada a esa agonía interminable de una persona que había sido tan importante en mi vida.
El día que me llamaron para decirme que ya se había muerto, me alegré mucho. 

En una ocasión en que estábamos solas yo le había comentado que tenía hecho el testamento vital y que me tranquilizaba bastante saber que por lo menos tendría una muerte digna y sin sufrimiento.
Me había escuchado atentamente pero ni por un momento se le pasó por la cabeza que podía ser una buena idea.

Durante la larga agonía de mi madre, a mi ex marido le habían detectado un cáncer con metástasis que cuando mi madre murió tomó relevancia.
Mis hijos me iban contando los estados de su padre sin darle demasiada importancia y yo me daba cuenta de que el asunto era mucho mas grave de lo que ellos creían y sobretodo mas inminente. 
Les dije lo que pensaba y en mayor o menor medida se negaron a reconocer lo que era un hecho consumado.
Poco les duró el optimismo puesto que fue su propio padre el que les dijo que no tenía fuerza para seguir luchando y les pidió que cancelaran sus asuntos y le acompañaran durante el tiempo que durara su tránsito.
Fueron días duros para todos.
Yo nunca había asistido a una muerte programada.
Cuando llegaban a casa por la noche y me contaban que eran ellos quienes le administraban la morfina y lo bien que todo estaba funcionando, yo me emocionaba y sentía que era una muerte muy bonita.
Mis hijos le querían muchísimo y hasta que tomaron las riendas lo pasaron mal, pero en el momento en que se hicieron cargo de la situación y la aceptaron, se responsabilizaron y fueron días llenos de amor y le dejaron marcharse sin una lágrima, en total armonía.
Habían hecho el duelo antes de que se fuera.

El marido de mi hermana no había levantado cabeza desde que se quedó viudo.
Había perdido la ilusión y la salud.
Deseaba morirse.
Pocas cosas le retenían.
Se llevaba muy bien con mi ex marido y habían estado yendo juntos a la diálisis.
Le costaba muchísimo pero con Carlos le resultaba llevadero.
En el momento en que Carlos se fue, Juan perdió el poco interés que le quedaba y desapareció como una pluma, sin decir nada.
A sus hijos no les gustó perder a su padre, pero yo me llevé una gran alegría porque me había dicho muchas veces que estaba deseando dejar este mundo.

Y la última muerte que acepté contenta, fue la de mi sobrino Álvaro.
Poco después de morirse su padre, el marido de mi hermana cuya muerte he mencionado, se quedó en coma tras un ataque en el que estuvo media hora sin que le llegara oxígeno al cerebro.
Las probabilidades de una buena recuperación eran nulas.
Y en el caso de que recobrara la consciencia, las secuelas podrían ser terribles.
Solía estar con él en el hospital y recuerdo que aquellos ratos pasados a su lado contemplando su cuerpo bien cuidado y rejuvenecido, fueron importantes para mi.
Volvía a casa con la sensación de haber aprendido algo muy profundo de lo que ni siquiera era consciente.
Quizás solo me diera cuenta de lo importante que es poder estar viva y apreciarlo.

Pasó mas de dos meses en ese estado.
A veces, sus hermanas me preguntaban sobre el testamento vital y decían que querían hacerlo, pero cuando les contaba que requiere ciertos trámites, se desanimaban.

Gracias a Dios un día dejó de respirar.
Me alegré en el alma.
Era muy doloroso ver a su mujer, sus hijos y sus hermanos al pie de su cama pasándolo mal, uno y otro día.
A mi me consolaba pensar que mi hermana no había tenido que asistir a ese episodio tan doloroso.

Espero haber aprendido no solo a aceptar la muerte, sino a hacerlo con alegría.
Tanto la mía como la de los de mi entorno.

Creo que morir es tan natural como la vida misma y rechazarla me parece un sinsentido.

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