jueves, 2 de julio de 2015

En busca de la excelencia






Además de leer el Quijote de Trapiello que es la misión que tengo encomendada este verano, me dedico a leer textos cortos de grandes escritores para ver si se me pega el bien hacer de una manera natural, sin tener que recurrir a una formación académica.
Pues bien, constato con agrado que rara vez encuentro algo que retocar, dos palabras sin espacio entre ellas, una mayúscula en un mes y ese tipo de errores debidos a distracciones que siempre, sin excepción, descubro en los textos de los periodistas que escriben sobre arte.
Entonces corroboro que los detalles son relevantes cuando se ambiciona la excelencia.
Todo cuenta, todo tiene importancia.

Es como en un restaurante, para sentirme satisfecha no solo necesito que la comida sea maravillosa y esté bien cocinada sino que también valoro la temperatura del vino, el trato, la decoración, el ritmo con el que está servida, el sonido ambiental, la vajilla, el mantel, las servilletas, que el postre esté a la altura, que los cubiertos no se me caigan de las manos.
Son muchos los elementos que contribuyen a que el conjunto resulte agradable e invite a volver.

En un texto pasa algo parecido:
No solo es imprescindible que lo que cuente sea interesante sino que el modo en que lo explica, la letra que utiliza, la ortografía, la longitud de los párrafos, los signos de puntuación, el ritmo, la ligereza, con ello se consigue un todo que puede resultar impecable dando al mismo tiempo la sensación de algo fácil y sin embargo, solo el autor sabe todas las horas de trabajo y estudio que ha necesitado para conseguirlo.

Hace tiempo pasé por delante de una televisión que estaba encendida y antes de saber de qué se trataba me llamó la atención el correcto castellano de la persona que hablaba.
Tanto me impresionó que paré, di la vuelta y al ver que le estaban haciendo una entrevista a Gabriel García Márquez, comprendí por qué me había impresionado tanto.
A medida que estudio la gramática me voy dando cuenta de la cantidad de errores que se cometen en el lenguaje cotidiano, no solo en la calle sino en la radio, en la televisión, en la prensa, en las revistas y lo que es aún peor, en los libros.

A veces me pregunto con qué derecho critico los errores ajenos siendo tantos los propios, pero en seguida me justifico porque mi disposición de querer aprender es suficiente motivo para estar alerta.
Y es en lo que me rodea donde me confronto y aprendo.

Hoy he estado en la librería del centro comercial que frecuento.
Habían hecho obras y he querido echar un vistazo.
Me ha defraudado.
No he encontrado ningún libro de los que recomienda mi profesor de escritura y he comprobado que mi gusto ha cambiado.

Parece que ya no me interesan tanto las novedades, prefiero la garantía de la buena literatura, así que he vuelto al Quijote de Trapiello que no dice nada nuevo pero todo lo que dice tiene sentido y me inspira confianza y sobretodo me puedo permitir el lujo de que mi espíritu crítico se relaje y así poder descansar.





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