lunes, 20 de julio de 2015

La escritura como terapia





Antes de que me dedicara a escribir como lo hago ahora, es decir como tarea cotidiana responsable, cuando estaba triste, nerviosa o confundida, me sentaba y plasmaba en un papel todo lo que pasaba por mi cabeza sin permitir que el filtro del bien hacer o de los prejuicios interviniera en modo alguno.
Resultaba ser una terapia excelente.
Escribir es un acto individual y como tal, invita y predispone a la introspección.

Hace tiempo leí un libro de Tomas Moore que se llamaba “El cuidado del alma”.
Entre otros temas, todos en clave espiritual, hablaba de lo interesante que pueden resultar los estados depresivos, porque nos permiten percibir ciertos recovecos de nuestra alma a los que en condiciones normales no accederíamos jamás.
Yo experimento que para conocerme y saber de mi, necesito aislarme.

No me extraña que cuando Montaigne decidía ponerse a escribir en serio, se encerrase en su torre.
No es fácil compaginar la dinámica de la vida cotidiana con la concentración que requiere la escritura.
Demasiadas vibraciones externas interfieren en mis propias cavilaciones.
Es como pretender que no me afecten los pensamientos de los demás.
Solamente cuando estoy encerrada en mi cuarto me acerco a conseguirlo.

Comentaba algo parecido con una amiga respecto al tema de ser una misma y yo le decía lo de mi cuarto.
A lo que ella, pesarosa, replicó:

Pues yo ni siquiera lo consigo cuando estoy en mi cuarto porque mi perro siempre está conmigo y me convierto en “dueña de perro”.
O sea, actúo.

Me hizo reír.

Cuando yo estaba casada me bastaba estar con mi marido.
No solo me bastaba sino que incluso lo prefería.
Su madre un día me dijo:

Blanca, no se puede vivir en el ostracismo.

Y yo le pregunté:

¿Por qué?

Ella no supo responder.
Balbuceó algunos lugares comunes que no me convencieron.

Todo me afecta.
Me resulta muy difícil convivir con gente y permanecer fiel a mis principios.
No me gusta sentirme manipulada y he observado que casi todo lo externo intenta hacerlo.

Por otro lado, la idea de vivir en paz me resulta demasiado atractiva como para crearme mala sangre al tratar de defenderme, así que hago de tripas corazón y me refugio en mi escritura que me reporta una dicha tranquila y sosegada difícil de explicar.

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