Rara vez me acuerdo con precisión de los comentarios que hace la gente, no obstante hay uno que me ronda la cabeza desde hace días y hoy he decidido tenerlo en cuenta.
Creo, estoy casi segura que lo hizo el hijo de un escritor que tenía nueve años y me causó tal impacto, que sigo dándole vueltas, hasta tal punto que creo que voy a copiarle.
Parece ser que la persona que lo dijo estaba muy segura de si misma porque se adelantó a decir que estaba escribiendo sus memorias.
Sentí cierta envidia porque yo también quiero escribir mis memorias.
A mi manera.
Considero que no es obligatorio ser Ernest Hemingway para resultar interesante, en realidad no se trata de contar grandes gestas sino de hacerlo con cierto conocimiento del castellano, no ser petulante, tener espíritu crítico y poco más.
Fue una lástima que Larroque, he olvidado su nombre, me invitara a dejar su taller de escritura, me hizo puré porque yo estaba entusiasmada, no solo me lo pasaba bien sino que aprendía y me inspiraba,
Escribir estando sola es otra cosa, sobre todo teniendo en cuenta que nunca he estudiado Filología, no obstante Begoña Zabala Aguirre que seguía mis publicaciones, insistía en convencerme de que conservara mi propio estilo, yo misma me doy cuenta de que tengo mi modo, rápido, breve, conciso, radical.
De hecho, desde que Larroque me echó de sus clases he buscado otros, ninguno me ha convencido.
Ramón Irigoyen me animó a apuntarme al taller de escritura oficial de Madrid, lo intenté pero no me sentía cómoda.
Así que ahora dejo de buscar cursos y talleres y me busco la vida yo solita, eso hizo Mario Vargas Llosa y reconozco que no me importaría escribir como él.
Además de Begoña Zabala tengo otras personas que me siguen y me animan.
Está claro que ya no tengo ganas de pintar, prefiero sentarme delante del ordenador y dejarme llevar por el manantial de idea que fluyen en mi cabecita sin descanso.
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