jueves, 3 de noviembre de 2022

CUATRO MIL SETECIENTOS DIEZISÉIS

 





Cuando llegué a casa después de haber estado varias semanas en una burbuja con el tratamiento para la leucemia, llegué a casa con muchas ganas pensando que me encontraría mucho mejor aunque tuviera que seguir el trapiento de quimioterapia en el hospital de día.

Pronto me di cuenta de que no solo no me encontraba bien sino también de que había perdido la cabeza, no me acordaba ni siquiera de entrar en el ordenador.

Casi nadie me creía, me decían que ya se me pasaría, bobadas para tranquilizarme que solo conseguían ponerme nerviosa.

No me acordaba de cosas fundamentales, menos mal que Beatriz se hizo cargo desde el principio de la medicación con mucho orden, le organizaron en la farmacia una caja con cuadraditos en los que estaban las pastillas y las que tenía que tomar con los días indicados.

Pronto me di cuenta de que me dejaba el fuego encendido y cosas por el estilo.

Daba gracias a Dios todos los días por vivir con mis hijos mayores porque no sé qué hubiera hecho si me encontrase sola, ellos han sido mi tabla de salvación ya que pronto empezó la pandemia y tuvimos que confinarnos, ellos se ocuparon de todo.

Yo notaba que había perdido la cabeza, no del todo pero bastante y aunque la voy recuperando poco a poco, todavía tengo que estar atenta porque ayer, sin ir más lejos, llené el depósito del coche que es de diesel, con gasolina.

Lo peor de todo es que estaba segura de que le había puesto diesel y en la cámara se ve perfectamente que mi intención era poner diesel pero de repente cambié de opinión y le metí gasolina.

Eso es lo malo, que yo estaba segura de que le había llenado de diesel, así que tengo que estar doblemente atenta porque me engaño a mí misma.





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