martes, 13 de octubre de 2015

Mi relación con Judy Chicago










Intento ser feminista respecto a mi misma.
No soy activista militante que se une con otras feministas para quejarse de los hombres.
Me limito a defenderme para que los tentáculos del machismo imperante no me alcancen.

Cuando vivía en Los Ángeles tuve la extraordinaria oportunidad de ver la expo “The dinner party” de Judy Chicago en el Hammer Museum y me impresionó tanto, que al ver el muro en el que estaban escritos los nombres de todas las mujeres artistas, desde el siglo I que Judy y su equipo habían conseguido encontrar tras arduo trabajo de investigación, embargada por la emoción mezclada con rabia y agradecimiento, empecé a llorar.
Lloraba por mi y por todo el sufrimiento acumulado durante siglos por tantas mujeres artistas, deseosas de crear y que para hacerlo se habían visto obligadas a hacerse monjas para así poder vivir en conventos, única manera de tener acceso a la lectura y a que su tiempo de trabajo creativo e intelectual se respetase.
Intentar ser artista dentro de un matrimonio convencional era impensable.

Me compré el libro autobiográfico de Judy y lo devoré.
No me sorprendieron algunas observaciones interesantes que Judy había constatado sobre el modo de trabajo de las mujeres, sobretodo cuando confesó que había comprobado que las mujeres tienen menos capacidad que los hombres para el trabajo físico.
En cambio, sí me extrañó que le chocara encontrar a su marido  en un relación extramatrimonial cuando ambos, de mutuo acuerdo y por motivos de trabajo vivían separados.
Ella se había quedado en Los Ángeles mientras su marido vivía en Nueva York.

Considero a Judy una mujer extraordinaria, artista donde las haya, gran luchadora y trabajadora imparable y que debido a haber enfocado su obra artística en el feminismo, no ha sido tratada como merece.
Sin embargo, gracias a Javier Arakistain con quien se encontró hace dos años, ha conseguido ser expuesta en el Azkuna Zentroa de Bilbao, con todos los honores.
Acudí a la inauguración de la exposición, que me impresionó, tanto por la factura como por la cantidad de obra siempre enfocada en el feminismo, la variedad de elementos e impecable montaje, así como el gran interés que suscita.

Saludé y felicité a Judy. 
Cuando le comenté que me había llamado la atención lo que leí sobre lo que le pasó con aquel ex marido en Nueva York, se giró, agarró a su marido que estaba cerca de ella, filmando todo, y con gran entusiasmo me lo presentó diciendo que llevaba treinta años de gran felicidad con él.
Al día siguiente fui al seminario sobre arte feminista que habían organizado.
La mayoría de los asistentes eran mujeres, estudiantes de Bellas Artes e interesadas en el feminismo.
Empezó con una conversación entre Judy y Arakis.
No aguanté mucho.
Entre que el tema del arte feminismo no me interesa demasiado y que mi salud no es perfecta, preferí marcharme.
Hubo algo que dijo Judy que me hizo recapacitar.
Insistió en que había visto muchas mujeres artistas que se autoproclaman feministas, pero que todo eso se desvanece si no son capaces de hacer un voto de desobediencia y cumplirlo.

Una desobediencia activa es imprescindible para ser feminista.

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