martes, 31 de diciembre de 2024

SEIS MIL CIENTO VEINTINUEVE









La primera vez que fui a Katmandu me llamó la atención que hubiera tantos psíquicos, anunciaban toda clase de poderes, probé con dos y ambos me gustaron bastante. 
El primero era un astrólogo tibetano que se puso muy contento al verme porque adivinó que yo estaba en mi última reencarnación, mi última vida.
No me sorprendió porque yo ya lo había intuido.
El segundo me resultó más interesante.
Era un indio guapo, morenísimo, con unos dientes muy blancos y se empeñó en leerme la mano.
A medida que me contaba lo que veía, me extrañaba que supiera tanto sobre mí, parecía que realmente me conociera, no obstante lo que realmente me asombró y me tranquilizó, fue que me dijera que el hecho de que yo no hubiera tenido éxito en el mundo de la pintura, era debido a la configuración de los astros.
Me tranquilizó muchísimo, era como si me hubiera quitado un peso de encima. 
Volví a mi casa muy contenta.






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