miércoles, 4 de febrero de 2015

Un cuaderno muy gordo







Tengo un cuaderno nuevo con muchas hojas grandes, blancas y el papel mas duro de lo habitual.
Lo he mandado hacer a medida porque ninguno de los que vendían se ajustaba a mis necesidades.
Me siento mejor desde que escribo en este cuaderno tan grande, tan blanco y tan gordo.

Mucho se ha dicho y escrito sobre la fatalidad del lienzo en blanco.
Recuerdo que, cuando estudiaba BBAA, me sorprendía observar que algunos compañeros sentían verdadero pánico ante la idea de manchar un lienzo impoluto.
Yo, sin embargo, me deleito en profanarlo.

Soy consciente de que mi vocabulario es escaso y de que soy un aprendiz en el arte de escribir.
Aprenderé.
Llegará un momento en que seré capaz de poner a bailar las palabras y haré que tengan vida propia y podrán expresar lo que siento.

No solo las palabras tienen importancia.
También son relevantes los signos ortográficos, tanto los de puntuación como los auxiliares.
Oscar Wilde tenía por costumbre tomar el té de las 5 con sus amigos.
Una tarde, al llegar, le preguntaron:
¿que tal estás Oscar?
Y él contestó:
“Estupendamente bien, habida cuenta el día tan ocupado que he tenido hoy”.
¿Por que?
¿Que has hecho?
A lo que Oscar respondió:
“Por la mañana he quitado una coma y por la tarde la he vuelto a poner”.

Puedo entender que un perfeccionista como Oscar Wilde pudiera pasar un día entero reflexionando sobre la necesidad de poner o quitar una coma.
El escritor tiene en sus manos la capacidad de dar vida a las palabras.
Solamente con una coma puede cambiar el sentido de la frase.
Y cambiando el sentido de la frase puede cambiar todo el relato.
A veces una letra suelta tiene tanta o mas trascendencia que una palabra.

Hubo un momento en mi vida en que deseé tener un carnet de identidad vasco.
Tuve que dar mas vueltas que un tiovivo para conseguirlo.
Uno de los requisitos, imprescindible según Euskaltzandia, consistía en cambiar la Y griega del apellido de mi madre, Moyua, por una i latina.
No me hizo ninguna gracia, pero mi empeño por conseguir un documento que no servía para nada, me dio la fuerza para proceder.

Cuando por fin conseguí tener el DNI vasco en mis manos me sentí muy feliz y orgullosa.
Tan contenta me encontraba que cometí el gran error de contárselo a mi madre.
Mucho me temo, a juzgar por su reacción, que no alcanzó a comprender la importancia de mi acción, ya que me miró con cara de extrañeza y exclamó:
“Estás como una cabra”.




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