jueves, 23 de julio de 2020

CUATRO MIL SETENTA Y SEIS









Llevaba tanto tiempo sin ver la televisión que me había olvidado de lo gracioso que es el Gran Wyoming.
Tenía la costumbre de hacer mis comidas en  el salón que también es mi estudio y me entretenía viendo lo que daban en mis horarios.
Cuando empecé con los problemas y mis hijos me hacían la comida y teníamos que estar separados me sentaba en la cocina y allí malcomía aburrida, porque me desapareció el sentido del gusto y todavía no me ha vuelto del todo pero conservo el recuerdo.
Ya estoy mucho mejor, no hay comparación pero todavía espero recuperarme, no pierdo la esperanza aunque voy poco a poco.
Pues sí, me he divertido con Wyoming y he recordado que tenía una amiga y supongo que todavía tengo, Sol Morales, aunque no sé nada de ella desde hace muchos años que le conocía bastante y cuando venía a Bilbao solía cenar con él y se lo pasaba bomba, parece ser que en las distancias cortas también es divertido.
Lo bueno de nuestro país es que somos cálidos aunque nos quejemos cuando vemos a los políticos pero a la hora de la verdad somos más amables y alegres que otros europeos.
Recuerdo un viaje de vuelta de Saint Gaudens que hice con Teresa Gortázar que había vivido en Francia durante cuatro años y ya no podía más.
Se disculpaba conmigo cuando criticaba a los franceses porque sabe que yo les adoro, no obstante no me quedó más remedio que reconocer que ella tenía razón.
Parábamos en todas las gasolineras para que ella fumara y yo fuera al cuarto de baño y de paso tomábamos algo.
Todo era perfecto, estaba limpio, nos servían bien, no teníamos ninguna queja, aun así en el momento en que pasamos la frontera y paramos en la primera gasolinera, el recibimiento fue apoteósico:

¡Hola guapas! ¿qué queréis tomar? Tenemos una tortilla de patata recién hecha que todavía está calentita.

¡Qué diferencia!
No me quedó más remedio que darle la razón a mi amiga y aprobar su decisión de haber dejado su casa de Valentine y volver al país del buen humor.
Eso es innegable.
A mí también me pasó algo parecido cuando volví de Los Ángeles en donde había sido muy feliz debido a mi circunstancia personal pero reconozco que me costaba el trato tan frío de los americanos, me parecía que no tenían alma.











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