sábado, 28 de octubre de 2017

MIL CUARENTA Y TRES









Estoy tan asombrada de como se presenta la vida cada día, que lo único que puedo hacer es aceptarla como viene y tratar de desembarazarme de todo lo que no sea estrictamente necesario, para poder utilizar el tiempo en lo que resulta de verdad importante, que es mi bienestar.
Pasan los días y el tiempo y todo va tan deprisa que no consigo seguir las ideas que mi cabeza me trasmite.
Supongo que ya tengo una edad en la que puedo permitirme tomarme la vida con calma y no exigirme demasiado.

Cuando estuve en Elizondo, en la clínica El Pilar, que en realidad era un psiquiátrico estupendo, me decía Sor Nieves:

Te exiges demasiado Blanca.

Yo no tenía esa sensación, simplemente me empezaba a encontrar bien, tras una época de droga dura que terminó allí con una cura de sueño, que es una de las cosas tremendas que me han pasado en la vida.

Estaba en la cama, me despertaban, me traían una bandeja con la comida y en cuanto terminaba, me ponían una inyección y a dormir.
Así estuve casi cinco días y al levantarme me encontraba tan débil y atontada, que no tenía fuerza ni para ir al cuarto de baño.
Lo peor de todo es que veía doble lo cual resulta agotador, con cada ojo veía una imagen, o sea que mis ojos no se coordinaban.

Poco a poco empecé a encontrarme mejor y pude dar unos paseos maravillosos por el valle del Baztán.
Al cabo de unos días vino Pizca a visitarme y le di tanta envidia, que decidió quedarse.
Ella no tenía problemas de drogas, pero estaba muy cansada y aquel lugar era perfecto para un descanso profundo.

Recuerdo aquellos días con Pizca como unas vacaciones encantadoras.
Nos reíamos todo el tiempo.
Comíamos bien, nos cuidaban, y nuestros hijos estaban en buenas manos.

Y sobre todo, aquellos paseos silenciosos, dejándonos envolver por la magia de los árboles que nos protegían y de los que terminamos enamoradas hasta tal punto, que incluso con lluvia salíamos a pasear.
Fueron días felices.
Estuve un mes y medio y volví recuperada.

Me encontraba bien y estaba contenta, pero pronto empecé a discutir con mi madre, que era mi caballo de batalla y me ponía tan nerviosa que al cabo de un tiempo, recaí.

Ya sé que lo de discutir con mi madre es una disculpa como otra cualquiera, no me excuso por ello, simplemente lo describo.

Yo me llevaba muy bien con mi padre, nos entendíamos y nos queríamos y él era mi protector.
No obstante, mi relación con mi madre nunca funcionó.
Yo no le hacía gracia.
La desconcertaba.

Recuerdo que fue durante mi estancia en Elizondo cuando me escribió una carta, con su preciosa letra del colegio de la Asunción y se despidió diciendo:


Te quiero muchísimo.







No hay comentarios:

Publicar un comentario