martes, 24 de octubre de 2017

MIL TREINTA Y NUEVE







A veces me vienen a la cabeza la cantidad de locuras que he ido haciendo a lo largo de mi vida, buscando la paz y me avergüenzo de mi misma, aunque ya me he perdonado y sé que no tengo que preocuparme, sino intentar ser consciente y tratar de ser una persona responsable.

Cuando terminábamos Proyecto Hombre, nos aconsejaban que dejáramos atrás lo vivido y que no pretendiéramos arreglar nada, ni siquiera teníamos que pagar las deudas.
Fue una época en la que habíamos estado comportándonos de una manera desquiciada y ya pasó.
Punto y aparte.

Para empezar una vida nueva, lo primero que hice fue cambiar de casa.
Antes vivía en las Arenas y toda mi vida había estado centrada allí.
Al venir a Neguri, cambié de vida por completo y dejé de encontrarme con las personas que pudieran recordarme un pasado sombrío.

En aquella época solía estar con un sobrino que estaba haciendo Proyecto y a veces los fines de semana salía con él.
Por las normas del PH, yo tenía que estar con él hasta que llegara alguien a su casa, ya que siempre tenía que estar acompañado.
Así que un día que estábamos en su casa mientras esperábamos a su madre, me dijo algo que me despertó:

Me vi en él, cuando me dijo que la obligación de su madre era ocuparse de sus hijos, aunque fueran mayores.
Me pareció tremendo que una persona de veintitantos años dijera semejante cosa y de repente me di cuenta de que yo pensaba exactamente lo mismo, respecto a mi madre.
Al salir de su casa, fui directamente a la casa de mi madre.
Era domingo.
Ella misma abrió la puerta y antes incluso de darle un beso, le pedí perdón por todos los disgustos que le había dado durante mi periodo de toxicómana.
Me dijo que estaba perdonada y me quedé tranquila.

Más tarde, me he ido dando cuenta de que los hijos esperamos todo de los padres y rara vez se nos ocurre que ellos también nos puedan necesitar.

A mi me pasa los mismo con mis hijos.
Yo suelo estar pendiente de ellos, de sus necesidades, de sus estados de ánimo, de si están contentos, si tienen preocupaciones.
En cambio ellos no están pendientes de mi.
Por un lado resulta cómodo porque me considero libre, pero tal vez me sorprende que den por hecho que no les necesito.
Y creo que también dar por hecho que siempre voy a estar si me necesitan, lo cual se aproxima bastante a la verdad, porque para mi es un placer tenerles cerca y ocuparme de ellos, excepto lo relativo a los asuntos de comer, ya que detesto cocinar.









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