martes, 20 de agosto de 2019

DOS MIL SETECIENTOS NOVENTA Y CINCO








Parece que mis hijos mayores, Beatriz y Jaime, con quienes convivo, están empezando a cansarse de mi. 
Consideran que estoy bien y que utilizo la enfermedad para que ellos se encarguen de resolver los asuntos de la casa y los míos.
No les entra en la cabeza la dificultad que tengo para moverme y para discurrir.
Comprendo que es imposible ponerse en mi lugar, pero me duele que no me crean que realmente necesito ayuda.
Cuando estaba en el hospital iban a verme todos los días y me llevaban lo que les pedía encantados de la vida.
Cuando volví a casa también, yo me sentaba y ellos se ocupaban de mi comida, no grandes cosas pero lo suficiente y con una actitud muy positiva.
Desde el primer momento Beatriz se hizo cargo de la medicación que era y es, un tema harto complicado del que yo no hubiera sido capaz. 
Lo sigue haciendo y se lo agradezco porque me quita un peso de encima.
No obstante, ahora han cambiado. 
Creo que ha sido al ver que no voy al hospital.
Tal vez les resulta difícil creer que la quimio tarda en salir. 

En vista de la nueva actitud, ayer le llamé a Pizca y me acompañó a la frutería.
De momento no me siento capaz de ir a Ecorganics en Bilbao, que es donde venden los productos de los que me gustaría alimentarme. 

Calma, todo se andará.








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