martes, 2 de octubre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS VEINTIUNO







Soy contradictoria y aunque me acepto y ya estoy acostumbrada a mis modos y manías, a veces me cuesta vivir con lo que la naturaleza me ha regalado, me guste o no.
En el caso de la escritura, por ejemplo, siempre tengo ganas de sentarme ante un folio en blanco para contar mis últimas novedades, emociones, descubrimientos y algo que me haya sorprendido.
No obstante a veces mi cuerpo se resiste, siento que la cabeza está embotada y no me da la gana de permitir que sea ella la que lleve el control de mi vida, por lo que me atrevo a desafiarla y enciendo el ordenador a sabiendas de que las consecuencias pueden resultar calamitosas.
No me importa, “androcanto y sigo” como diría Oteiza.

Lo que quiero contar hoy y lo haré aunque sea a trancas y barrancas es que ayer por fin conocí al famoso poeta Benjamín Prado y me gustó mucho.
Me habían contado maravillas de él y por fin le conocí a través de unas entrevistas que le suelen hacer en la Dos, en un programa en el que recomienda libros.
Se llama “Atención Obras” y lo emiten los jueves a las nueve de la noche.

Me encantó y tengo la sensación de que los libros que él recomienda serán buenos.
Me recordó un poco a lo que hace Iñigo Larroque, mi profesor de Escritura, al comienzo de la clase.

Es una manera interesante y amena de acercarse a la literatura.

Hasta tal punto me gustó que pedí un sample a través del Kindle de su último libro: “Los treinta apellidos”.

Me quedé dormida sin ni siquiera saber de qué trataba, estaba demasiado cansada.










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