jueves, 18 de octubre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS TREINTA Y SEIS








Son las 20:10 del jueves 18 de octubre.
Ya habrá empezado la inauguración de la exposición de Miguel Costales, artista vasco que lleva tiempo viviendo entre Tanzania y Almería y que una vez al año se acerca al molino de Aixerrota para exponer su magnífica obra, ya que aquí se la quitan de las manos.

Yo tengo bastantes cuadros, sin contar los míos, que he intercambiado con amigos artistas, sin embargo no los tengo colgados, me gustan las paredes vacías.
Hago una excepción con un gran cuadro de Miguel Costales que está en la entrada de mi casa y una escultura de una nadadora africana que cuelga del techo.
No me canso de ver la obra de Costales.
Todo lo que hace Miguel es sutil, sin pretensiones, no agrede ni cansa, se limita a existir, a dejarse contemplar.

Antes yo también exponía en Aixerrota Arte, nos veíamos y hacíamos los cambios pero yo ya no tengo ganas de ir a inauguraciones de pintura, prefiero estar en casa, tranquila, escribiendo si tengo algo que decir o leyendo, tal vez haciendo una compota de manzana biológica.
He cambiado.
Me hace gracia cuando dicen que “la gente no cambia”.
Se equivocan.
Yo he cambiado y sigo cambiando cada día.
Habría resultado imperdonable si me hubiera quedado estancada en cualquier estribo de la trayectoria de mi vida.
Ni los que fueron aparentemente buenos ni los otros, la vida no es estática, exige movimiento y en mi caso, intento poner en práctica lo que voy aprendiendo, es decir, conocerme cada día un poco más.








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