sábado, 16 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA







Leo textos de escritores famosos que ofrecen sugerencias sobre la manera correcta de escribir y cada uno dice algo no solo diferente, sino incluso lo opuesto al anterior.

Algunos advierten que se debe escribir como se habla y otros predican lo contrario.

Bolaño, por ejemplo, odia los libros de memorias, a no ser que sean inventadas.
Le parece más interesante que un escritor se pase la vida leyendo en su casa, que viajando y conociendo la realidad de la vida.

Cuando se me llena la cabeza de consejos, me dan ganas de ir a la playa y darme un buen baño.

Lo que tengo claro, es que no me gusta nada que me digan lo que tengo que hacer.
Debo recordar que cuando señalo a alguien con un dedo, hay tres deditos que me están señalando.

El doctor Álvarez de Mon está empeñado en que nade durante el invierno, pero detesto las piscinas.
El cloro me molesta, me estropea el cutis y el pelo y prefiero vivir menos, con tal de no hacer algo que me resulta tan desagradable.
Ahora no tengo ese problema, porque tal vez venga el verano a las costas de Vizcaya y podré ir a mis playas, si vuelven a otorgarles la bandera azul.

Mis hijos se meten en el agua todos los días, tanto en verano como en invierno, tienen neoprenos de distintas gorduras y da gusto verles, tan sanos.
Cuando vienen de la playa siempre están contentos, aunque las olas no hayan sido buenas, en cambio, cuando han jugado al golf, rara vez salen satisfechos.

No me extraña. 
Me parece el deporte más difícil del mundo.












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