lunes, 8 de enero de 2018

DOS MIL NUEVE









Hoy, por primera vez desde hace una semana, he visto el sol.
He pensado que, como tenía clase de Pilates de una a dos, después podía darme una vuelta por algún playa y sacar fotos.
Me apetecía, aunque debido a la lluvia había empezado a hacer fotos en mi casa, lo cual me viene bien porque me obliga a pensar de otra manera.
Pero la vida había reservado otro plan para mi.
Me he montado en mi coche encantada de la vida y a pesar de mis intentos, no arrancaba.
Batería.
¡Vaya! No me extraña, creo que tengo que cambiarla, me pasó lo mismo hace un par de semanas.
De momento no me queda más remedio que ir en metro a la clase de Pilates, luego llamaré al seguro.

Para resumir, diré que estoy en casa y mi coche está abajo sin batería.
Son las 18:38 y a las 19:00 voy a apagar la luz, por solidaridad con todos los que nos hemos enterado de que si lo hacemos, tendrá un efecto importante en el gasto total de energía, un 33
por ciento.

No tenía intención de hacerlo pero me han invitado algunas personas cuyo criterio respeto, así que he cambiado de opinión y ahora he decidido que la voy a apagar, así que estaré veinte minutos descansando, meditando, reflexionando, pensando, haciendo yoga o los ejercicios de Pilates que me manda Berta, mi maravillosa profesora, que es una especie de hada madrina para mi.

Me he asomado a la terraza para ver cómo estaban las luces y de momento están encendidas en todo su esplendor.
He hecho una foto y luego haré otra para ver si estamos todos unidos y se apagan las luces.
No sé cómo reaccionará la gente.
Puedo imaginarme que en los lugares de trabajo, aunque quisieran, les resultará difícil.
No creo que en las peluquerías dejen a las señoras con el pelo mojado, ni tampoco que en los bares sirven las copas a oscuras.
De momento yo voy a publicar mi diario, que ya es tarde y no quiero que llegue la hora y me coja desprevenida.









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