sábado, 12 de mayo de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS DIEZ Y OCHO







No recuerdo cuando descubrí la obra de Gaudí, pero sí me acuerdo con toda precisión de que una vez que fui a Barcelona, hace ya muchos años, lo primero que hice fue visitar el parque Güell y su casa.
A medida que iba paseando por el parque Güell, la inspiración me venía a raudales.

Deseé hacer fotos a Rosalía, la hija de Pizca, que es actriz de teatro, tumbada en los bancos del parque, ataviada con los camisones que acababa de heredar de su abuela recién fallecida.
Se lo comenté y accedió encantada, pero en aquel momento hacía frío y decidimos dejar el proyecto para el verano y al final todo se quedó en una idea.
Llegó el verano y el parque Güell se llenó de paseantes, por lo que resultaba excesivo hacer algo tan especial entre multitud de personas.

Imaginemos a Rosalía cambiándose de camisón enfrente de los viandantes, no es que ella sea tímida pero no teníamos intendencia como para hacerlo con discreción.
Cada vez que pienso en Rosalía tumbada en los ondulados y coloridos bancos de Gaudí con aquellos maravillosos camisones de seda, llenos de transparencias y bordados, pienso que tal vez si hubiéramos tenido más interés, podríamos haber conseguido un permiso del ayuntamiento y pedir a algunos amigos que nos ayudaran y todo lo que se necesita para llevar a cabo algo así, pero no lo hicimos.


Otro proyecto que se quedó en la idea y también creo que habría sido divertido y bastante pop, se me ocurrió cuando me compré el primer traje regional de mujer vasca, que era el más famoso, el que tiene una falda roja con rayas negras horizontales y un corpiño apretado sobre una camisa blanca.

Hablé con Pedro de la Sota, el director de cine y le dije que me gustaría que hiciera un reportaje con los edificios relevante de Bilbao al fondo y yo delante vestida con ese traje.
Le gustó la idea y lo dejamos para cualquier día y ese día no llegó.

Yo creo que lo que dejar algo para otro día es una bobada, es como quitarle importancia.
Es mejor fijar una fecha y una hora y así no queda más remedio que trabajar en el empeño.

Volviendo a Gaudí, de quien he visto muchos de sus obras, he de confesar que la que más me emocionó sin lugar a dudas, fue su casa.
Todo, todo, diseñado por él, desde las sillas hasta los pomos de las puertas.

En Bilbao, cerca de la plaza de Moyua, en la Alameda de Recalde, está la casa Montero, diseñada por un discípulo de Gaudí, Luis Aladrén.

También me gusta, pero no es lo mismo que pasearse por Barcelona y encontrarse con La Pedrera o la casa Batlló.







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